Como personas respetuosas del Estado de Derecho, debemos congregarnos esta Semana Santa con la firme convicción de que ya no debemos tolerar el escándalo moral de la pobreza; tampoco la falta de comida y medicinas a que nos tiene sometidos la camarilla que lleva las riendas del poder.
Noel Álvarez*
Como personas respetuosas del Estado de Derecho, debemos congregarnos esta Semana Santa con la firme convicción de que ya no debemos tolerar el escándalo moral de la pobreza; tampoco la falta de comida y medicinas a que nos tiene sometidos la camarilla que lleva las riendas del poder.
Jesús se identificó él mismo con los hambrientos, los sedientos, los desnudos, los encarcelados y los forasteros, insistiendo en que cuando los servimos, también lo servimos a él. El Buen Pastor no le niega nada a nadie. Reclama para sus hijos un trato digno acorde con los principios establecidos en las Sagradas Escrituras. Allí están plasmados los derechos humanos que cada gobierno debe respetar. Como miembros de una sola familia humana, tenemos que ver al «otro» como nuestro prójimo, con quien debemos ser partícipes del banquete de la vida al que todos somos igualmente invitados por el Creador.
Nuestra dignidad común como seres humanos nos invita a respetar al prójimo, sin importar su estatus o posición social. El amor preferencial al pobre y al marginado es símbolo real de una identidad cristiana. En el Antiguo Testamento, el Torah nos enseña que los extraños y bandidos escondidos en un gobierno, por estar viviendo de los recursos que son de todos, sin compartir esa riqueza, merecen un trato distinto de aquellos seguidores del Anciano de Días. A los violadores de Derechos Humanos, Dios de manera clara y continua pide hospitalidad y generosidad y les recuerda lo precaria que alguna vez fue su existencia y cómo él le perdonó la vida al pueblo de Jericó, una de las ciudades más corruptas y violadoras de los derechos humanos, cuando ellos iban por el camino de la “muerte segunda”.
La unidad nacional en el marco del Estado de Derecho; la seguridad dentro de nuestro país y la existencia de un mundo más pacífico se promueven procurando una vida decente y digna para todos los hijos de Dios y abriendo el camino para tener un lugar seguro en la mesa de Jesús. Algunas veces podemos discrepar en cuanto a los detalles sobre la mejor manera de servir a los necesitados, de superar la pobreza y fomentar la dignidad humana, pero a un cristiano le es imposible quedarse con las manos atadas y embozalado cuando su pueblo es oprimido por una dictadura.
Debemos tomar en serio nuestras responsabilidades de votar y expresar nuestras convicciones en respaldo de políticas públicas que defiendan los derechos humanos porque cuando la gente se une para exigir respeto a su dignidad y a sus derechos, no solo se ayuda a sí misma, sino que también fortifica a la comunidad entera y fomenta el bien común. Nuestra fe nos llama al encuentro con el Divino Maestro en estos días de recogimiento espiritual pero también nos recuerda que tenemos un compromiso con la ética y los valores. Como amantes de las cosas hermosas de la vida, necesitamos compartir nuestros valores, elevar nuestras voces y usar nuestros votos para dar forma a una sociedad que proteja la vida humana, promueva la vida familiar, camine hacia la justicia social y practique la solidaridad.
En el Movimiento Socio-Político que me corresponde dirigir, estamos conscientes de la enorme responsabilidad que significa ser la voz y expresión de miles de personas, por eso tratamos de ser una fuerza en pro de la justicia y de la paz, no solo en Venezuela, sino también, más allá de nuestras fronteras. Esta no es solo una profunda reflexión atinente a la Semana Santa, debe constituir un objetivo valioso a ser alcanzado en todo momento por cada uno de nuestros activistas.
*Coordinador Nacional de IPP-Gente
@alvareznv