Un elemento tocará transversal e inevitablemente la política internacional y los múltiples conflictos abiertos que hereda el mundo en el 2017: el ascenso a la presidencia de Estados Unidos de Donald Trump, que así como sacudió la campaña podría desatar tormentas, o como negociante que es, conseguir acuerdos en temas complejos que no parecen tener una salida distinta a la del desangre.
Nos referimos, por supuesto, al doloroso conflicto en Siria y, en general, a las múltiples brechas de violencia en Oriente Próximo, Pakistán y Afganistán, en la medida en que se plantea una nueva relación entre Washington y Moscú –descontando el último impasse con Obama– dado el cruce de halagos entre Putin y la entrante administración del magnate, que ha dado inquietantes señales de que le gusta gobernar por Twitter.
En ese rediseño de la política exterior, habría que ver hasta dónde llega Trump en su apoyo al gobierno muy de derecha de Benjamín Netanyahu, en Israel, y en particular si termina mudando la embajada a Jerusalén, una línea roja que podría terminar de inflamar la región, en la medida en que los palestinos también quieren que la Ciudad Santa sea la capital de su Estado. El agresivo rifirrafe entre Netanyahu y la saliente administración de Obama por la reciente resolución del Consejo de Seguridad de la ONU, que condena la política de colonización, marcaron un fin de año inédito en las relaciones entre los dos países, mientras los palestinos siguen padeciendo la ocupación y apurando apoyos diplomáticos por otro lado. Difícilmente Washington podría volver a tener un rol de mediador, y una eventual escalada terrorista no pinta un buen escenario.
De hecho, la misma tendencia que puso el populismo de Trump en la cumbre seguirá teniendo pruebas en el 2017 en Europa, que se jugará el futuro no solo de la construcción comunitaria sino de sus valores y deberes, en la negociación del brexit, en el manejo de las crisis de inmigrantes o en las elecciones en las que algunos ultraderechistas, como Le Pen, en Francia, o Wilders, en Holanda, arrancan el año con auspiciosas perspectivas.
Palabras aparte merece el futuro de Venezuela, que por un lado tiene a la población padeciendo de desabastecimiento de comida y medicamentos, con una inflación galopante. Y por otro, una crisis política en la que la oposición intentará redibujarse –luego de un muy desteñido y errático año– a través de las elecciones regionales –si el CNE las convoca–, de su idea de hacerle un juicio político a Maduro o de forzar un revocatorio que ya parece tardío, en una región que reinterpreta sus democracias a través de la voluntad de algunos mandatarios, como el boliviano Evo Morales, de eternizarse en el poder, o a través de decisiones judiciales, como la que llevó a la destitución de Dilma Rousseff en Brasil, o la que pondrá en los banquillos a la expresidenta argentina Cristina de Kirchner por el interminable flagelo de la corrupción. Ecuador dirimirá si el proyecto de Correa sobrevive a estar en ‘cuerpo ajeno’ en las presidenciales, y la derecha podría volver al poder en Chile.
Un 2017 intenso y complejo, en el que la blonda cabellera de Trump estará muy a menudo en la primera plana.